Ustedes al igual que yo en estos días nos hemos hecho algunas preguntas,
¿Dónde está Dios en esta pandemia?, ¿Cuál es el sentido del sufrimiento que
atravesamos?, ¿Cómo se explica desde la razón y la fe lo que está
sucediendo?, ¿Tiene Dios algo que enseñarnos?, ¿La fe puede cambiar la
realidad de los hechos?

Si venimos de una tradición judeo-cristiana, las primeras respuestas que
vienen a nuestra mente es tratar de explicar lo que está ocurriendo como un
misterio sometido a la voluntad de Dios, por lo cual Dios sabe la razón,
aunque el hombre no lo comprenda, también está la idea de la retribución
que hace pensar que el mal es consecuencia de las infidelidades y pecados
del pueblo, o como un castigo de Dios hacia la humanidad.
El cristianismo da respuesta al dilema de un Dios todopoderoso y bueno que
permite el mal, desde esa perspectiva la fe cristiana sostiene que Dios nos
ha creado libres y que el mundo no es una prolongación de la divinidad, por
lo tanto, tiene límites. Muchos de los males que vivimos son consecuencia
de actos humanos, y otros males que se experimentan como tales son en
realidad el propio límite de la naturaleza que lo vivimos aparatosamente,
como rebelándonos contra los acontecimientos naturales, las catástrofes
medioambientales, las enfermedades y la misma muerte. Dios no manda
males, no crea el mal, ni decide sufrimientos sobre nadie.
Para los cristianos, Dios está en medio del sufrimiento, porque quien ama
sufre con los que ama, hace suyo su dolor y lo abraza, jamás lo abandona.
Pero otra cosa es que pueda cambiar esa realidad como a nosotros nos
parezca, Jesucristo no es un Dios que nos programe el futuro ni que decida
por nosotros. La voluntad de Dios no siempre coincide con las cosas que
suceden, porque de lo contrario no habría libertad, para los cristianos, que
Dios permita algo no quiere decir que lo quiera.
La substancia de la fe cristiana, lo que se cree, es un horizonte que da sentido,
que permite vivir la vida con esperanza. Nadie por ser creyente o incrédulo,
no tiene asegurado que le vaya mejor, todos por igual sufrimos y algún
momento vamos a morir. La diferencia para las personas de fe, es que por
más duro que sea lo que le toque vivir, se sabe que no se está solo en el dolor,
que el mal no tiene la última palabra, que siempre hay lugar para el
optimismo, aunque todo parezca triste y desolador.

Un virus ha puesto prueba lo más valioso de nuestra humanidad y ha
trastocado prioridades y proyectos personales. Ha mostrado de lo que es
capaz el miedo y la ansiedad, pero también de lo que somos capaces cuando
el amor vence al miedo y al egoísmo, nos ha hecho salir de un individualismo
irritante hacia un sentido de familia.
Una pandemia nos recuerda que, aunque no nos gusten los límites, existen.
La enfermedad y la muerte no distinguen color de piel, ni ideologías, ni
posición económica, ni prestigio, ni lugar de nacimiento, al contrario, nos
debe volver más humildes, no lo sabemos todo ni lo podemos todo. El
individualismo se rompe cuando descubrimos que lo que les sucede a los
demás tiene que ver conmigo y que lo que hago o dejo de hacer tiene que ver
con los demás, que no es verdad que cada uno puede hacer lo que quiera sin
que eso afecte a otros.

Dr. Patricio Guevara

Coordinador Departamento Médico. 

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